Los cuatro pilares básicos son:
Dieta completa y variada, rica en fibra, polifenoles y alimentos fermentados.
Ejercicio, siempre adecuado a nuestra edad y circunstancias.
Buenos hábitos de sueño y control de estrés.
Practicar técnicas de control de estrés.
Es el desorden de la microbiota, que puede ser por pérdida de los grupos de bacterias “buenas” y/o sobrecrecimiento de las “potencialmente malas”. Aunque en realidad, ser buenas o malas no depende de las bacterias individualmente, sino del entorno y del equilibrio del resto de microorganismos.
En un ecosistema intestinal equilibrado, NO. Las bacterias modulan su actividad, apoyándose funcionalmente y compensando los déficits de unas y los excesos de otras.
La disbiosis desordena este equilibrio permitiendo así el sobrecrecimiento de algunos microorganismos cuyos metabolismos pueden hacernos daño, por eso se les llama patógenos facultativos.
Cuidar los hábitos de vida y alimentación y buscar profesionales especializados que os acompañen en el proceso de curación. Por favor, no os autosuplementéis. Por favor, no hagáis cambios radicales en vuestra alimentación sin la supervisión de un nutricionista.
Ninguno en sí mismo, si nuestra microbiota está sana y la dieta está correctamente equilibrada. En escenarios disbióticos, el gluten, los lácteos animales sin fermentar y el azúcar refinado son los más proinflamatorios.
Por supuesto, NO a: procesados, refinados, aditivos, etc.